The Brutalist (2024)

02/02/25

Ayer sábado acudí al cine con mi hijo Juan, adorador de imágenes, aspirante a guionista y proyecto de periodista cultural, con quien los debates cinematográficos suelen ser divertidamente apasionados aunque no siempre nuestras opiniones convergen. Vimos The Brutalist.

Se trata de una película que uno aborda con el interés de quien va a ver una obra maestra. Esto es debido a dos aspectos que pueden tener que ver con el propio márqueting cinematográfico. Por un lado, debido a su larguísima duración (unas 3 horas y media, contando incluso con un conveniente descanso a mitad) que ya predispone a pensar que se debe tratar de una cinta que merece la pena verse por el tiempo y presupuesto invertido en su realización, siendo además norteamericana. Y por otro, por las imágenes tan estéticas presentadas en los tráileres, que juegan con la voluptuosidad de la arquitectura brutalista, espiritual aunque sobrecogedora y apisonante al mismo tiempo, y por las pinceladas de escenas fuertemente emocionales de una vida atormentada y cautivadora que promete ser narrada a través de sus reconocidos protagonistas.

La película no estuvo a la altura de las expectativas pero lo justo es decir que se trata de una gran obra. Increíblemente, no se hace larga, pues mantiene el interés constante, las actuaciones son excelentes y las fases del relato se enlazan de forma natural sin que, como ocurre en otras ocasiones, sea un pastiche a trozos del cual uno piense que hubiera quitado diversas escenas. Representa muy bien lo que quiere plasmar y es especialmente en el acto final, algo discordante por el salto temporal que emplea, cuando uno cierra el círculo para deducir que el director nos está hablando de –nada menos que- una vida épica, tormentosa y entregada, contra viento y marea, a la creación artística, a la supervivencia, al amor y a la lucha por dejar un legado propio que te trascienda, dejando constancia tangible de tu visión a través del tiempo. 



Mis impresiones son las siguientes:

El filme no trata de ser fiel a una historia. El título resulta algo engañoso y por ello puede ser tal vez algo decepcionante para quien vaya a conocer en qué consiste el brutalismo, pues se trata solo de una pequeña aproximación estética, siendo un mero vehículo para narrar la historia personal de uno de los representantes de esta corriente artística. De hecho, el personaje está inspirado en una persona real de forma tan libre que el peso de la narración recae mucho más sobre unas dramáticas circunstancias personales que no ocurrieron. Así pues, la cinta ha irritado a los amantes de la Arquitectura, que pensaban que la obra aspiraba a ser un homenaje a este estilo, y no ha sido así.

Emigración como drama: volver a la casilla de salida en la mitad de la vida. El protagonista es un húngaro de mediana edad de origen judío que llega como puede a Nueva York casi al final de la segunda guerra mundial huyendo de los nazis. Alcanza “la tierra de las oportunidades”, viéndose forzado a abandonar a su mujer atrás, con la aspiración de poder forjarse una nueva vida y traerse a su familia tan pronto como sea posible. Se trata de un arquitecto culto y moderadamente reconocido que ha de partir de cero en una tierra dura en la que nadie te regala nada. Es un intelectual sensible e idealista, pertinaz trabajador aunque con tendencia a la bohemia, que tendrá que lidiar con la dramática vida del emigrante sin dinero, lanzado a la dureza del hambre en una tierra bochornosamente desigual, que se aferra a clavos ardiendo, busca ocasionales desahogos para huir de su realidad por las sendas de la marginalidad cuando la vida se torna insoportable y que se lanza a tumba abierta cuando cree encontrar una oportunidad para prosperar aunque los riesgos resulten casi inasumibles para un ciudadano en sus cabales. Esa pulsión por vivir y abrirse paso unida al azar, siempre subestimado en nuestras vidas, hace que el peso de la narración sea la vida del personaje principal, mucho más allá de su obra o del brutalismo como modalidad artística.

El rechazo de una sociedad que no integra. Si bien el foco de la narración está sobre la rueda de una vida que ha seguir girando para avanzar, hay una dura crítica que sobrevuela todo el tiempo, y se trata de los palos que se meten en esa rueda: la amenaza que genera quien llega nuevo a una situación consolidada. No solo hablamos de obvios desajustes culturales o religiosos, o de los lógicos aspectos jerárquicos, o del rechazo a los pobres, sino que hay algo más profundo que se va desarrollando a lo largo de la cinta. Es un afán atávico por mantener el estatus, la superioridad, el control, que se presenta a ramalazos, casi siempre soslayado. A veces se palpa en comportamientos de una sociedad áspera y refractaria, si bien se representa principalmente a través de una idea de paternalismo malentendido -y finalmente perturbado- que desafía al protagonista la mayor parte del tiempo. Él es un idealista con una fuerte base religiosa, que trata a las personas de tú a tú, como iguales, y que trata de desenvolverse con éxito en una tierra en la que el dinero lo es todo, es el fin, siendo que para él el dinero es tan solo un medio. La falta de adaptación del emigrante es un tormento silencioso que resta la paz íntima incluso cuando se alcanza el bienestar material y un entorno social aparentemente acogedor. “Tú nunca serás de aquí, jamás serás uno de nosotros”. Tal vez por ello muchos emigrantes eligen que sus restos se trasladen a su lugar de origen al morir. La película representa bien este problema de la necesidad de pertenencia no lograda, así como el carácter egoísta y retrógrado que la obstaculiza.

Lo importante es el destino, no el camino. Este mensaje se lanza al final del metraje y resulta discordante para nuestra opulenta sociedad actual, en la que las personas nos tenemos que recordar a través de continuos aforismos de autoayuda, cuando no estoicos, que lo importante es el camino, quien nos rodea, etc. Por un lado puede entenderse como que tras una vida de enormes penurias y un camino difícilmente “saboreable” la mayor parte del tiempo, alcanzar un fin, perdurar, alcanzar la vejez, es el mayor logro que se puede lograr. Aunque si lo llevamos a una dimensión más abstracta y artística, también se da a entender que, en una vida consagrada a la creación (y al reconocimiento, pues el arte sin reconocimiento, parece siempre fracaso), toda la vida resulta un medio para alcanzar el éxito al final de tus días. La misma idea, a su vez, se proyecta sobre la cuestión judía y la idea de nación de Israel, y también tiene una lectura transversal que no puede obviarse.

Al comentar lo anterior con mi padre, él me ha recomendado ver "América América", de Elia Kazan, y espero verla próximamente; tal vez haya inspiración o rasgos comunes. Lo desconozco pero quiero hacer esta referencia por si acaso. Como conclusión, y aunque en cierto sentido y salvando las distancias me recuerda a “Pozos de ambición” (incluso elegiría esta segunda en caso de una tarde de cine), merece la pena verla.



Reflexión: Vulnerables


Somos débiles y vulnerables, a pesar de que no lo queramos creer. La vida nos lo recuerda caprichosamente y a veces con la mayor crudeza. Como un puñetazo de realidad en plena cara. Vivir de espaldas a ello es una temeridad. Y para asumirlo es necesario aprender la importancia de apoyarnos en los demás así como en dar nosotros todo el apoyo posible a cualquiera que lo requiera. También lo es el hecho de cobrar conciencia de que en nuestro interior reside una gran fuerza interior que nos ofrece la capacidad de reconstruirnos una y otra vez, a cualquier precio, hasta que muramos. 

La felicidad por tanto es efímera por naturaleza y no puede ser el único fin vital, tal y como nos intentan vender implacablemente a través de la publicidad. Todo es a causa del miedo. Éste existe desde que nacemos y, a lo largo del tiempo, descubrimos que se va a ir manifestando en múltiples formas: soledad, vergüenza, pudor, miedo a perder, miedo al dolor, miedo a los demás, miedo a los cambios… El miedo es una bestia abstracta, acechante, siempre presente, ante la cual podemos tomar dos actitudes. O bien tratar de aprender a domarlo, para ponerlo a tu servicio en cierto sentido, sí bien nunca por completo, o bien estar huyendo de él toda la vida: apegarnos a las rutinas que nos dan seguridad, reconfortarnos con la compra de autoengaños que hacen que parezca que todo se mantiene igual, vivir en el futuro proyectando continuamente a fin de prever cualquier riesgo venidero, mirar a otro lado y dejarnos llevar por pequeños desahogos fugaces, etc. Todos tenemos miedos.

No hay escapatoria. Así que lo que nos diferencia es cómo respondemos ante él: afrontando o huyendo, siendo valientes o cobardes. El mayor reto, por tanto, no es el de vencer siempre al miedo. Es imposible lograrlo. El mayor reto es lograr instrumentalizarlo y hacer de él una ayuda para lograr nuestros propios objetivos. Transformar la energía que nos produce, las desesperadas ganas de huir de él, en rabia para luchar, persistir, perseverar, es decir, en fuerza para forjar nuestro destino hacia delante. 


Para aprender a controlar el miedo hacen falta varias claves:

1. Hacer, actuar. No vale sólo con la interiorización intelectual. No es suficiente saber muchas cosas. Hay que aplicar lo que se tiene aprendido. Hay que pasar a la acción y seguir aprendiendo de los resultados que las acciones producen. Y eso implica también asumir el destino, improvisar muchas respuestas. Observar, reflexionar y actuar.


2. Confiar en nuestra ilimitada capacidad de respuesta. Somos mucho más capaces de lo que hemos aprendido hasta ahora. Podemos enfermar y recuperarnos, caer y levantarnos de formas muy distintas a las que creemos o las que los demás nos hacen ver. Si hemos sabido llegar hasta aquí, podemos llegar a muchísimos otros lugares. Tenemos capacidades innatas para aprender de cualquier suceso, lugar o persona, emplear lo aprendido para transformarnos y con ello adaptarnos al medio a fin de sobrevivir. Está en nuestra naturaleza como especie. Estamos dotados de flexibilidad y creatividad para perdurar.

3. Asumir que la suerte siempre es un factor presente. Es imprevisible y destructiva pero puede jugar también a nuestro favor en cualquier situación. Ahora bien, solo si actuamos, puede llegar a hacerlo. Como decían los romanos “la suerte favorece a los valientes”, es decir, a los que actúan. A los que no actúan no puede favorecerles jamás.

4. El mayor riesgo es morir. Todo lo demás está en manos del destino y de nuestras propias capacidades. Confiemos, ¿por qué no? Aprendamos a relajarnos, a dejarnos llevar, ya que lo realmente digno de preocupación es muy poco.


5. Todo es una cuestión de tiempo. La muerte es el crítico punto en el que se acaba tu tiempo disponible. En cualquier momento anterior dispones de tiempo, así que hemos de valorarlo. Aprovechado o no, el tiempo siempre es nuestra mayor riqueza, nuestra única posesión real. Todo nos puede ser arrebatado en la vida (la salud, el amor, el dinero, la libertad) salvo el tiempo vivido las experiencias propias.

6. Las ilusiones ahuyentan al miedo. Nuestros proyectos íntimos, nuestras metas, generan energía en nuestra vida que permite que enfoquemos todas nuestras capacidades de forma concentrada en algo. Concentrarnos de este modo nos da mucha fortaleza y nos protege en cierta medida, porque cohesiona nuestras actuaciones y nos hace ser positivos en los logros y creativos a la hora de afrontar las dificultades que puedan surgir. Las ilusiones nos mueven desde lo más profundo. Y cuando se agotan, cuándo su ausencia se hace evidente y nos hace perder el rumbo, por el motivo que sea, hay que detenerse a reponer energías para escucharnos íntimamente, para observar qué nuevas ilusiones brotan de nuestro interior. Las ilusiones son dúctiles por naturaleza, se adaptan continuamente, viven en la potencialidad del ser humano. Su mayor virtud es que son vehículos canalizadores de gran energía personal. Las ilusiones no están hechas para lograrse, sino para servirnos de catalizador.

7. Comunicarnos con los demás es nuestra mayor virtud. La posibilidad de relacionarnos, intercambiar experiencias, compartir vivencias, transmitirnos información y conocimientos… este es el auténtico poder del ser humano. Creer que podemos vivir aislados (de forma voluntaria o no), dando la espalda a los que nos rodean, es un autoengaño que nos debilita, nos enferma y puede llegar a convertirnos en bestias. Es ir contra natura. Hay que desarrollar a lo largo de la vida nuestra capacidad para relacionarnos con los demás en todo momento, en cualquier etapa. Estar abiertos a la relación. Pero sobre todo hemos de tratar de ser expertos a la hora de comunicarnos por cualquier vía a fin de ayudar y ser ayudados. A fin de ser más fuertes y lograr nuestras metas íntimas, a fin de persistir. La comunicación tiene muchas capas (superficiales, intermedias, profundas, desconocidas, inventadas, reales) y conocerlas en nosotros y en los demás es un arte para toda la vida. El poder de la comunicación se hace evidente especialmente con el amor y con el humor.

8. La vida es ahora mismo. Este instante. Gastémoslo a nuestra conveniencia y no concedamos a las incoherencias que nos rodean el privilegio de gastarlo en nuestro lugar. Es un desperdicio dedicar ese tiempo único y particular nuestro en el que estamos pasando por el universo, a fines absurdos o que te alejan de aquello que te gusta o de lo que consideras adecuado. No hay más Dios que el ahora. Y el ahora somos nosotros mismos, nosotros en estado puro. Se hace imprescindible aprender a darle un significado distinto a las palabras “prioridad”, “prisa” y “urgencia”.


9.       Tenemos límites. Claro que sí, pero no los conocemos. Creemos conocerlos por culpa de los entornos que nos limitan, las rutinas que nos condicionan, por nuestros complejos, por nuestras experiencias pasadas, por nuestra prepotencia ante la vida... Pero no son reales. Las limitaciones reales son las que se presentan en el instante de ahora. Es demasiada la incertidumbre en una vida como para creer que sabemos siempre lo que acarrearán todas nuestras acciones. Por ello no hemos de preocuparnos por nuestras limitaciones sino por nuestra capacidad de responder ante ellas, por nuestra capacidad de aprender en las diversas circunstancias que nos puedan surgir. Ahí reside nuestra fuerza real: podemos actuar. Y, quienes sabemos esto, estamos moralmente obligados a aprovechar esa virtud para dirigir nuestra voluntad y reivindicar nuestro libre albedrío. Asimismo deberíamos no crear límites a los demás con nuestros propios prejuicios. Respetemos, seamos humildes, vivamos como mejor sepamos y ayudémonos en lo posible.